Carol Prunhuber, venezolana, publicó un libro que es ejemplo de buen reportaje y amplia documentación: Pasión y muerte de Rahmán el Kurdo. Elizabeth Burgos presenció los eventos que enrumbaron a su compatriota venezolana, en París, hacia el lejano tema de la independencia kurda. Esto es lo que recuerda y cuenta.
Al leer Pasión y muerte de Rahmán el Kurdo, (Editorial Alfa) de la escritora venezolana Carol Prunhuber, vuelvo a aquella época parisina marcada por la presencia kurda. Y es que en Pasión y muerte de Rahmán El Kurdo, hay un libro dentro del libro: el de la pasión que despertó en Carol la historia del pueblo kurdo –el pueblo sin Estado más numeroso del mundo–, cuyo origen se remonta a la antigua Mesopotamia. Enfrentados desde tiempos remotos a luchar contra los imperios que han querido sojuzgarlos, los kurdos pertenecen a la rama iraní del indoeuropeo.
Suficientes leyendas, que remontan a tiempos pretéritos, enriquecen la historia de ese pueblo, como para que despertara la vena poética de Carol Prunhuber y dedicara años de su vida al estudio y conocimiento de su historia. Esa historia los kurdos continúan viviéndola en tiempo presente, pues treinta millones de kurdos viven diseminados en cinco estados: Turquía, Irán, Irak, Siria y la Antigua URSS. Siguen siendo víctimas de la represión: basta recordar cómo fueron sometidos a bombardeos bacteriológicos por parte de Saddam Hussein en Irak.
Recuerdo cuando Carol introdujo a los kurdos en el ámbito latinoamericano. Fue a raíz de su encuentro con el cineasta turco-kurdo Yilmaz Güney quien había sido galardonado con la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1982 con su film Yol, hoy un clásico del cine internacional. Así fue como en una velada de solidaridad con Guatemala, en la época de las matanzas de indígenas en aquel país, se realizó en la Casa de América Latina de París, una velada donde el orador principal fue Yilmaz Güney.
Luego, cuando Güney emprendió el rodaje de su última película, terminamos actuando como extras varios latinoamericanos. El rodaje tuvo lugar en una abadía en el norte de Francia, transformada en cárcel, pues en una cárcel se desarrollaba el argumento del que fuera su último film, El Muro; el cineasta murió poco tiempo después, en 1984. Todos los actores salvo los dos protagonistas principales, eran amateur.
Luego Carol llevó su entrega solidaria hasta el extremo de viajar al Kurdistán, en plena actividad de la guerrilla kurda combatida por el gobierno del ayatolá Jomeini. Iba precisamente tratando de llegar hasta el líder kurdo Abdul Rahmán Ghasemlú; personaje cuya vida Carol narra en esta obra y con quien se percibe, a través de discretas pinceladas, la autora entabló una solida amistad.
En la obra concurren varios géneros –reportaje, biografía, politología, historia contemporánea, pero el oficio en el manejo de las herramientas narrativas hacen de ella una obra de innegable factura literaria. Ante todo, se trata de una rigurosa obra de investigación de historia contemporánea, en la que están invertidos varios años de reflexión; condición para que le haya sido posible a la autora plasmar el complejo entramado del mundo político kurdo, hecho que requería eximirse de toda improvisación.
Es también una obra ejemplar de reportaje periodístico del mejor género. Se escuchan las innumerables voces que van dibujando la figura del líder excepcional que fue Ghasemlú, hasta su asesinato en Viena por orden del poder iraní. Significa una proeza el ir construyendo la filigrana de una compleja y azarosa vida política, a través de testimonios, intercalando textos, entrevistas, diario personal, lectura de la prensa, casi al ritmo de un thriller.
Pero en la riqueza que encierra la obra, está patente la vivencia personal, la pasión que animó a la autora para desplegar la energía requerida para la realización de un trabajo excepcional, no sólo de documentación, sino de desplazamientos a varios países; todo ello constituye un intertexto, –pese a la discreción insólita de la autora con respecto a su presencia e implicación en el desarrollo y factura de la obra–, y ello en una época en que el egocentrismo se antepone a los verdaderos protagonistas, desfigurando y empañando el verdadero sentido de los acontecimientos.
Además de las cualidades mencionadas, Carol Prunhuber merece un reconocimiento particular, pues no abundan los latinoamericanos, y menos los venezolanos, que se animen a ir tan lejos, inspirados por la pasión de vivencias remotas.
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