Las Mujeres no tienen estatuas
Carol Prunhuber se ha ocupado de revisar el papel adjudicado a la mujer a través de la historia. En Francia escribió un libro conjuntamente con Sabrina Marvin que levantó una polvareda. A la mujer se le minimiza, y cuando adquieren relevancia se le convierte en Santa, vírgenes o mártires.
Al principio no fue Eva, la esposa de Adán, sino Lilith. Lo que ocurrió con Lilith es que, vista con los espejuelos actuales, era una mujer subversiva, rebelde, opuesta al orden patriarcal que se le quería imponer. Entonces tuvo que huir del Paraíso y la historia oficial la tildó de pájaro rapaz nocturno. La convirtieron en esposa de Samael (Satanás), se le tildó de tentadora, hechicera, demoníaca. Hoy estaría caminando por la avenida Libertador. Pero los tiempos están cambiando y Lilith resucita de las cavernas del abismo para constituirse en un nuevo símbolo, en un mito renovador. Así la ve Carol Prunhuber.
Carol Prunhuber es una venezolana que tiene diez años en Europa: ocho vivió en París, en donde hizo un doctorado en literatura. Actualmente vive en España “tratando de fraguarme un futuro”. Colabora en publicaciones españolas entre ellas la revista El Paseante y el Diario 16.
De vez en cuando siente necesidad de venir al trópico en busca de vegetación, de luz, de olores. Viene a llenarse porque este es un continente vital.
En París, conjuntamente con Sabrina Mervin, escribió una obra que traducida al castellano se llamaría más o menos Mujeres: los grandes mitos en el mundo. Levantó una polémica, cuyos ecos llegaron a Venezuela. Carol y Sabrina desmontaron el enfoque tradicional enrostrado a la mujer en una historia escrita por hombres. Dice que no tiene verdades, ni principios, ni consejos que dar al mundo.
El libro publicado en Francia nació en varias obsesiones que rondaban en Carol y Sabrina sobre la situación de la mujer en varias partes del mundo. La idea era recoger la visión de los grandes mitos formados en torno a la mujer. Comenzaron con las diosas y concluyeron con las diosas de este época identificables en el terreno político, cinematográfico, cultural, musical, como por ejemplo Indira Gandhi, Evita Perón, Edith Piaff, la esposa de Mao, la obra recoge el retrato de 95 mujeres de diferentes épocas y lugares. Allí se estudian los mitos esquimales, polinesios, árabes, americanos.
Carol Prunhuber, sacudiendo de vez en cuando su cabellera cinematográfica, comienza su paseo a grandes cuadro, haciendo esfuerzos por resumir tantos siglos de historia, y de mitos, en el corto espacio de una entrevista periodística. Se cuida de las frases fuera de contexto, y de planteamientos que queden en el aire
“Fue maravilloso descubrir que la historia está llena de mujeres que han hecho historia: Juana de Arco, Isabel la Católica, Catalina de Rusia, Cleopatra. Descubrimos que las mujeres no tienen bronce: no tienen estatuas porque tradicionalmente la historia está escrita por hombres. Yo creo que hay que revisar la historia mística y verdadera. Me interesan ambas”.
Carol Prunhuber está clarita. Se le nota en la firmeza de las palabras, en la solidez de los juicios. Sigue desenrollando la maraña:
“Las grandes mujeres cuando sobresalen y trascienden se les mitifica. Por lo general las convierten en santas, vírgenes, o mártires como el caso de Juana de Arco. Otro aspecto interesante es que generalmente las mujeres son culpables: Troya se perdió por Elena. España se derrumbó por una mujer. La reflexión que nos hicimos es que cuando el hombre tiene que justificar sus errores históricos, aparece la mujer como “chivo expiatorio”.
Recuerda a “La Malinche”, amante, guía e intérprete de Hernán Cortez. Esta mujer es acusada por los mexicanos de ser la culpable de la caída del Imperio Azteca. Se le tilda de traidora. Por otro lado los españoles la llaman Doña Mariana” a “La Malinche”, y justifican su conducta de una forma graciosa y divertida.
Otro exabrupto de la historia es el olvido en que se mantiene a la única mujer que fue Papa (Papisa), a finales del siglo VIII. Esta mujer fue anulada por omisión, en vista del escándalo que se formó en la época, cuando se descubrió que estaba en estado de gravidez. A partir de ese momento, cuando en Roma se iba a elegir al Papa hacían sentar a los aspirantes en una silla con un hueco de madera, los miembros del conciliábulo introducían la mano debajo de la silla y exclamaban en señal de aprobación: Testiculos habet, bene pendentes.
Regreso al presente
“Ahora” dice Carol, “yo creo que la mujer ha dado un salto enorme. El movimiento feminista ha sido importante, aunque creo que se ha desvirtuado un poco. La mujer ha logrado reconocimientos en el plano laboral y social. Estoy de acuerdo con la igualdad de oportunidades, pero hombres y mujeres somos diferentes tanto síquica como físicamente. Esas diferencias forman un todo y son en esas diferencias en las que tenemos que encontrarnos. Por eso trabajo con los mitos, y trabajo con las mujeres a través de sus mitos. Para mí lo mítico y lo imaginario (leyendas, fábulas) me entregan una esencia femenina que ha ido forjando la mujer. La mujer, creo, no puede perder su vínculo con la tierra como ser dador, receptor, nutridor de vida y eso tiene que ver con el cuerpo. La mujer no se puede alejar de su cuerpo y ello no significa que no razone, que no se proyecte, que no sea emprendedora”.
Sentada en el cómodo sillón, toma un impulso anímico como tratando de despojarse de algo interno, de liberar un juicio contenido:
“Yo creo que si la mujer hubiera participado en el poder, en la conducción de la historia, tendríamos un mundo más humano. La guerra es un invento de los hombres”.
Y también cree que si la sociedad occidental hubiera tenido un principio diferente al bíblico (Antiguo Testamento) la historia sería otra.