El Felisberto Hernández de Carol Prunhuber: Historia de un silencio compartido

Por Gustavo Morales

El Nacional, Papel Literario,
Caracas, 11 de enero 1987

Otoño del 86. Curiosa temporada para venir a la rue Linné a conversar con Carol Prunhuber acerca del libro que acaba de publicar sobre Felisberto Hernández (1). Justo frente al balcón de este quinto piso, la Facultad de Jussieu en ebullición nos revela que la ciudad, desde hace dos semanas, vive al ritmo de la protesta estudiantil.

 

Recordemos, ante todo, que la obra fue tu doctorado en la Universidad de París. ¿Por qué Felisberto Hernández como protagonista?

Mi interés por este escritor uruguayo data de mis estudios en la Escuela de Letras de la UCAB. Una de mis profesoras, Ana María Rodríguez, nos hizo trabajar unos textos que habían caído en el olvido y que habían sido fundamentales en el nacimiento del “boom”. Entre ellos estaba el cuento “La historia de un cigarrillo”. Me sorprendió, no sólo a nivel literario, en cuanto a su estilo y estructura, donde era muy innovador, sino también en cuanto a los temas. Fue un flechazo y decidí que al llegar a Francia lo trabajaría como tesis. Al leer sus obras completas me encontré con alguien cuya llegada a la literatura se había efectuado por caminos poco tradicionales. Ante todo fue un pianista y de la música llegó a la literatura pasando antes por un interés en los temas filosóficos. Felisberto tocó en mí una tecla que es ese proceso de escribir de una manera muy conceptual, donde está siempre presente la necesidad de romper las barreras del pensamiento lógico para entrar en un pensamiento poético, mágico. Allí encontré el punto de unión con la poesía. Era un problema que me estaba planteando y Felisberto me fue dando claves. En su obra encontré un mundo de fantasmas, de sombras y relacionado también con el misticismo y la religión. Tocó una cuerda en mí que estaba escondida y quería aflorar.

Para hablar de Felisberto Hernández en “Agua, Silencio, Memoria”, convocaste en ti más a la poeta que a la crítica. Es un enfoque muy personal y visto a través del prisma de tus propias inquietudes creadoras…

Cuando comencé mi trabajo, mi intención era hacer un análisis puramente literario. Pero a medida que lo descubría, y leía al filósofo francés Gaston Bachelard, por ejemplo, me fui apasionando por el tema de la imagen y de lo imaginario en el ser humano y no sé si por destino o fatalidad, Felisberto tenía todos esos elementos. Fue una excusa, pero una excusa muy válida en el sentido de que Felisberto no queda de lado, sino que me permite adentrarme de lleno en lo imaginario. Todo ello dentro de los tres temas del agua, el silencio y la memoria, que constituyen en realidad una sola cosa, un triángulo, un camino. No puedo explicarte exactamente lo que ocurrió, pero este trabajo no lo hice en un estado de alucinación, pero fui descubriendo obsesiones mías y también intereses intelectuales a nivel de la creación, ligados por supuesto con la poesía que me llevaron a hacer este tipo de acercamiento. Luego, los trabajos de Bachelard me dieron el arma conceptual para poder trabajar a Felisberto desde un punto de vista que me interesaba. Además siempre he tenido el temor de ser meramente una crítica literaria que se limite a disecar un texto, a hacer un trabajo de científico. Yo como poeta sentía que ese tipo de trabajo no era para mí.

Ese espejo, Felisberto, sirvió además para ir afilando los instrumentos de tu propio quehacer poético…

Mientras escribía mi tesis, también escribí mucha poesía. A partir de ese momento mi poesía aunque siguió teniendo un carácter intimista, se fue impregnando, sin que yo me diese cuenta, de elementos que apelan a la reflexión. Tomo lo que defino como los caminos del claroscuro. Me permito en la obra sobre Felisberto, recurrir a una escritura poética del claroscuro y en la poesía me dejaba llevar por el claroscuro sin tener que buscarle mayores explicaciones. Estudiar a Felisberto me ha permitido saber que en el futuro, a la hora de hacer obra crítica, ya no me interesaré en un autor sino que me apoyaré directamente en una temática. Felisberto fue el puente que me ayudó a salvar esa distancia.

Hay mucho, entonces de revelaciones, de aprendizaje rilkeano, de soledad en tu descubrimiento de Felisberto… Debe existir un texto, un párrafo clave…

Sí. Hay un párrafo de “El Caballo Perdido” en torno al cual pasé días enteros y que da una idea de la atmósfera en la cual trabajé. Dice: “Habrán pasado algunos instantes en que la imaginación como un insecto de la noche, ha salido de la sala para recordar los gustos del verano y ha volado distancias que ni el vértigo ni la noche conocen. Pero la imaginación tampoco sabe quién es la noche, quién erige dentro de ella lugares del paisaje donde un cavador da vueltas a la tierra de la memoria y la siembra de nuevo. Al mismo tiempo alguien echa a los pies de la imaginación pedazos del pasado y la imaginación elige apresurada, con un pequeño farol que mueve, agita y entrevera los pedazos de sombras. De pronto se le cae el farol en la tierra de la memoria y todo se apaga. Entonces la imaginación vuelve a ser insecto que vuela, olvidando las distancias y se posa en el borde del presente”. Este texto, donde están resumidos los temas básicos de Felisberto, que me interesan, me condujeron a hundirme de tal manera en esa tierra a la cual él hace referencia, que perdí contacto con la realidad. Me lo repetía sin cesar. Lo sabía de memoria. De pronto, comprendí que toda esa evocación de la memoria, del recuerdo estaba ligada a mi partida de Venezuela, al deseo de recuperar una memoria que trascendió lo geográfico para convertirse en una búsqueda de los orígenes. Desde ese entonces, todo mi trabajo regresa a esa preocupación y sin ser una persona religiosa, caigo siempre en el tema de la Creación del mundo y su relación con la creación poética y para mí la poesía tiene ese sentido demiúrgico.

Sí, en cierto sentido es también una recuperación del Paraíso perdido, de lo que fuimos. Pero en este texto, Felisberto hace una contraposición entre memoria e imaginación, yendo a contracorriente de la concepción borgiana de ese “oro de la memoria” como elemento indispensable para desarrollar la imaginación creadora…

Claro, porque Felisberto se dio cuenta de que la memoria es traicionera, nunca es real. Lo único que puede reconstituir la realidad interior es la imaginación. La memoria es parcial, borra el tiempo, es allí donde entra la creación. Para que un hecho tenga verdadera existencia en el acto poético tiene que ser imaginado. Y de allí mi interés por regresar a los orígenes y recomenzar, rehacer para poder crear… No olvidemos que la historia ha sido escrita y reescrita según los intereses del momento. En ella, el peso de la imaginado es también muy intenso.

El libro está dividido en tres partes o “movimientos que corresponden al espejo del presente, el agua, del pasado, la memoria y a la negación de ambos, el silencio. ¿Por qué esta estructura?

Esos son los tres grandes temas en la obra de Felisberto. De ellos el que más me interesó fue el del silencio. Como dije, este escritor uruguayo llega a la palabra desde la música y sabemos que ésta no puede existir sin el silencio. Felisberto comienza su obra interesándose mucho en la memoria hasta que llega un momento en que se da cuenta, que no puede ir más allá y aparece el silencio. Llamo silencio a todo ese mundo extraverbal donde música, ruidos, murmullos son el contrapunto de la palabra escrita. Para mí esto es muy importante. Mi obsesión era entender lo que significaba el silencio, ese silencio. Aunque parezca curioso, existe muy poca bibliografía sobre este tema y para mi libro tuve que hacer una búsqueda exhaustiva.

En el aparte dedicado a “La Palabra y El Silencio”, tu escribes esto: “El silencio como mudez se relaciona con la espera de un encuentro” (y citando a Hernández: “entonces me resignaba a esperar las palabras que me vendrían de aquel mundo casi mudo de espaldas a mí”) y continúas diciendo: “Callarse no implica que el silencio logra poblar ese espacio, permite más bien que el lenguaje silencioso del gesto se imponga”. Apelas aquí a una gestualidad en poesía y haces un llamado a la economía de medios, “decir menos para decir más”. Una saludable advertencia contra la verborrea que afecta a la literatura actual, donde los escritores se asemejan a verdaderos asesinos del silencio…

Sí. En cierta medida Felisberto era consciente de que el silencio forma parte del lenguaje. Él lo recuperó. Quien lo lea se dará cuenta de que su estilo es muy sencillo, muy alejado de toda tentación barroca; pero cada palabra, cada situación tiene un significado. Gracias a Felisberto estoy descubriendo el significado del silencio tanto en su forma positiva como en su aspecto negativo. El positivo es el de la creación, el de la energía y el negativo es el de la muerte y el de la nada. La obra de Felisberto Hernández es un péndulo entre ambos, tratando de no caer en la nada. Es por ello que a este hombre, que en el fondo es un poeta, le dio miedo asumir la poesía por el gran riesgo que implicaba para él caer en la nada.


(1)Academia Nacional de la Historia, colección “El Libro Menor”, Caracas, 1986.c

Carol Prunhuber

© Vasco Szinetar. 1987

 

Back To Interviews