Incertidumbre, Premoniciones

Por Armando Navarro

El Nacional, Papel Literario,
Caracas, 11 de enero 1987.

 

Son muy pocas excepciones, la literatura crítica que se escribe en Venezuela está estigmatizada por la horizontalidad, por un análisis que se adscribe a lo aparente, a lo que se revela a través de la superficie del texto o se ajusta a esquemas preconcebidos cuya funcionalidad es muchas veces dudosa. Existe predilección por la palabra vacía, por llenar espacios demostrativos de una extraordinaria timidez por las ideas y una ausencia impresionante de teoría. Casos atípicos lo constituyen Guillermo Sucre, José Balza, Francisco Rivera, Lyda Zacklin y en menor grado Oscar Rodríguez Ortiz y José Napoleón Oropeza.

Por eso sorprende el contacto con un libro de ensayos que trascienda el nivel descriptivo-informacional para ubicarse en la dimensión creadora que exige el discurso literario construido a partir de otro discurso. Esa cualidad la alcanza Carol Prunhuber en su intento por descifrar los mecanismos implícitos en la obra narrativa del uruguayo Felisberto Hernández. De título extenso y sugerente, Agua, silencio, memoria y Felisberto Hernández corresponde a una de las últimas entregas realizadas por la Academia de la Historia en su serie El libro menor.

Se trata de un texto que atrapa desde el mismo instante de su justificación. La autora explicita las razones de su escritura: la identificación obsesiva con Felisberto por la concordancia en la vivencia de problemas esenciales. A partir de esta comunidad existencial, el ensayo de Carol Prunhuber se desarrolla orientado hacia un desenlace doble: deshilvanar la red discursiva del escritor y entretejer la malla para el autodescubrimiento de su intimidad. Al final el ciclo se cierra con la incertidumbre inicial: “Esta aproximación y resultado, si de resultado se puede hablar, es nuestro intento por asir el centro de este escritor que consideramos por el momento inexplorado. Quizás todo haya sido una invención de nuestras propias fantasías.” (p.254).

En este desbordar creativo de la ensayista va adquiriendo coherencia la escritura de Felisberto Hernández. Escritura problemática y problematizadora cuyo primer cuestionamiento alude al instrumento básico de la expresión: el lenguaje. La palabra es limitante como forma de aproximarse a lo concreto, lo que redunda en una teoría acerca del lenguaje cuya esencia es su incapacidad para aprehender la totalidad de lo que pretende expresar: el conocimiento que proporciona es exiguo, incompleto e ilusorio. Esa inexactitud del verbo reside en su carácter de categoría inclusiva (en el sentido de la multiplicidad de casos que abarca) pero como abstracción excluye componentes de las instancias representadas,  elementos estos que se sitúan en el ámbito de lo indecible estableciéndose una distancia entre el sujeto cognoscente y la realidad que se propone conocer.

La separación-objeto se sustenta en lo remoto; en ese momento donde la palabra nominal, la que guarda correspondencia exacta con lo nombrado, se interioriza en el pensamiento con el surgimiento de la subjetividad y la diferenciación radical entre el ser en el mundo y el estar en el mundo, conceptos concretizados en la filosofía existencialista de Heidegger y Kierkegaard. La ruptura es también ontogenética: la pérdida de la inocencia infantil elimina la relación simbiótica con lo externo y emerge el yo como conciencia de sí mismo. 

Desde el enfoque de Carol Prunhuber, en la obra de Felisberto Hernández esa ruptura se introyecta en forma negativa. Se pierde el equilibrio, la angustia existencial conlleva a la duda como ingrediente esencial del ser humano. La duda, a su vez, constituye uno de los centros organizadores para abordar el conocimiento de la realidad. En este sentido, la aproximación de C. Prunhuber a la narrativa de Felisberto Hernández adopta un enfoque genético que implica desmontar en sucesión los artificios utilizados en el desarrollo creativo del escritor. Así sus producciones primogénitas se estructuran alrededor de esa incapacidad del lenguaje para proveer conocimientos ciertos. Como alternativa, lo conceptual es desplazado por la imagen para permitir el saldo desde lo mediato conocido hacia lo sombrío e incognoscible. Con lucidez de razonamiento, Carol Prunhuber hace un recorrido vertical por los espacios textuales de Hernández. Profundiza hasta revelar que en el análisis de sus propios procesos cognoscitivos. Felisberto revierte el discurso hacia la conciencia donde la multiplicidad significativa de la imagen (en contraste con lo unilateral del concepto) facilita el paso hacia la verdadera búsqueda interior por medio del discurso poético.

Se infiere a partir de Agua, silencio y memoria… que el arte de Felisberto Hernández está circundado por lo ontológico dentro de una conceptualización fenomenológica donde lo intuitivo es básico para el acto de conocer, para percibir lo que hay de único en cada objeto penetrando en su interioridad. Para Merleau Ponty ello equivaldría a la percepción total y real. Para Felisberto Hernández, la intuición no sucede en lo sensorial: su prosa se enmarca en un universo de símbolos oscuros donde lo nocturno y lo onírico constituyen las referencias esenciales. Lo intuitivo es inaprehensible, es la idea en movimiento como “un pájaro invisible que pasa sin dejarse captar”. La intuición es como la metáfora lacaniana del inconsciente: permite el desciframiento, enfrentarse ante el espejo. El discurso poético revela la sorpresa ante lo desconocido, aunque en ocasiones ocurra en la superficie de la conciencia. El escritor (y así lo cree C. Prunhuber) como es visto por Hernández, requiere de la fragmentación. Para ello las posibilidades son diversas: asume el papel de loco (lo cual implicaría lo fundamental de lenguaje creativo según Laing) o se identifica con el otro en la noción de otredad concebida por Octavio Paz. Introyectar al otro es reconocer que existe un tú, incorporarlo como parte del yo, hacerlo imprescindible para comunicar la existencia y alcanzar el auto reconocimiento.

La imposibilidad de comunicación es básica en Felisberto Hernández. El silencio se instala en la memoria; ella integra, recupera, actualiza y proyecta. Como presente es la conciencia inmediata; como realidad es el preconsciente y el devenir posibles. Sintetiza la temporalidad. La escritura que parte de la memoria es una ilusión –tal es el caso de Felisberto Hernández. Lo otro. Lo incognoscible según Freud emerge cuando se rompe la resistencia. Para Hernández se revela en la incertidumbre poética en el desvanecimiento de la certeza al fusionarse los límites entre realidad, recuerdos y sueños. Memoria e imaginación se concatenan. El tiempo retrocede hasta lo primitivo; Felisberto experimenta una angustia arquetípica enclavada en la memoria histórica colectiva. El silencio vincula con lo primitivo, con el génesis y el agua precedidos por el ruido como indicador premonitorio del caos, como transmutador de la realidad en ficción. La música es la voz del sonido, su negación es la muerte con la cual comunica. El agua se aúna a la muerte para convertirse en palabra. Es el símbolo más extenso porque contiene a otros: la casa, la mujer, el caballo. C. Prunhuber desentraña esas relaciones. Revela oposiciones y a partir de la palabra incierta de Felisberto construye su propio discurso.

Carol Prunhuber

 

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