Se infiere a partir de Agua, silencio y memoria… que el arte de Felisberto Hernández está circundado por lo ontológico dentro de una conceptualización fenomenológica donde lo intuitivo es básico para el acto de conocer, para percibir lo que hay de único en cada objeto penetrando en su interioridad. Para Merleau Ponty ello equivaldría a la percepción total y real. Para Felisberto Hernández, la intuición no sucede en lo sensorial: su prosa se enmarca en un universo de símbolos oscuros donde lo nocturno y lo onírico constituyen las referencias esenciales. Lo intuitivo es inaprehensible, es la idea en movimiento como “un pájaro invisible que pasa sin dejarse captar”. La intuición es como la metáfora lacaniana del inconsciente: permite el desciframiento, enfrentarse ante el espejo. El discurso poético revela la sorpresa ante lo desconocido, aunque en ocasiones ocurra en la superficie de la conciencia. El escritor (y así lo cree C. Prunhuber) como es visto por Hernández, requiere de la fragmentación. Para ello las posibilidades son diversas: asume el papel de loco (lo cual implicaría lo fundamental de lenguaje creativo según Laing) o se identifica con el otro en la noción de otredad concebida por Octavio Paz. Introyectar al otro es reconocer que existe un tú, incorporarlo como parte del yo, hacerlo imprescindible para comunicar la existencia y alcanzar el auto reconocimiento.
La imposibilidad de comunicación es básica en Felisberto Hernández. El silencio se instala en la memoria; ella integra, recupera, actualiza y proyecta. Como presente es la conciencia inmediata; como realidad es el preconsciente y el devenir posibles. Sintetiza la temporalidad. La escritura que parte de la memoria es una ilusión –tal es el caso de Felisberto Hernández. Lo otro. Lo incognoscible según Freud emerge cuando se rompe la resistencia. Para Hernández se revela en la incertidumbre poética en el desvanecimiento de la certeza al fusionarse los límites entre realidad, recuerdos y sueños. Memoria e imaginación se concatenan. El tiempo retrocede hasta lo primitivo; Felisberto experimenta una angustia arquetípica enclavada en la memoria histórica colectiva. El silencio vincula con lo primitivo, con el génesis y el agua precedidos por el ruido como indicador premonitorio del caos, como transmutador de la realidad en ficción. La música es la voz del sonido, su negación es la muerte con la cual comunica. El agua se aúna a la muerte para convertirse en palabra. Es el símbolo más extenso porque contiene a otros: la casa, la mujer, el caballo. C. Prunhuber desentraña esas relaciones. Revela oposiciones y a partir de la palabra incierta de Felisberto construye su propio discurso.
