Adolfo Bioy CasarezAdolfo Bioy Casares © www.contrainfo.com

Desde un espejo trifásico

El Nacional, Papel Literario, 25 de noviembre de 1990.

Antes de conocerse el veredicto del Premio Cervantes 1990, Carol Prunhuber –en acto premonitorio- entrevistó a Bioy Casares, el eterno candidato. Allí se devela la imagen cercana de un hombre que volcó en la Escritura la atracción por lo fantástico, una pasión que despertó en el espejo trifásico de un cuarto de vestir.

“Toda historia tiene una víctima y un victimario y me parece más lógico que el hombre sea la víctima”, nos confiesa Adolfo Bioy Casares  quien visita Madrid, por primera vez, con motivo de la Semana del Autor que el Instituto de Cooperación dedica a su obra del 12 al 15 de noviembre.
A sus 76 años, Bioy Casares, siente que “nació ayer” y que va a “morir “antes de ayer”. Por eso su urgencia en vivir y escribir. Actualmente tiene previsto dos novelas, catorce cuentos y tres tomos de sus conversaciones con Borges. Siente antipatía por el poder: “Si lo tuviera no sabría ejercerlo. Ni siquiera cuando fui capitán de un equipo de fútbol logré que ganáramos una sola vez”. Cuenta que cada vez que ha apoyado a un político “he tenido la ocasión de arrepentirme”.

Tímido y delicado, conserva intacta esa mirada azul chispeante y un elegante sentido del humor que causó revuelo entre las damas del mundo. Delgado, vestido con una chaqueta tweed, un perfecto gentleman, Bioy me espera en el hotel donde voy a entrevistarlo. Maniática de la puntualidad llego con quince minutos de adelanto, pero él, tan puntual o más, ya me espera. No me permite rodeos, Shoot (dispare), me dice, y así comienza un diálogo donde reinó la espontaneidad.

¿Por qué tardó tanto en venir a Madrid?
Es la primera vez que vengo a Madrid de adulto aunque he visitado ciudades españolas. En realidad, yo visito las ciudades donde tengo alguna amiga y en Madrid no tuve a ninguna. A España le debo mi iniciación literaria. Cuando tenía doce años, y creía que iba a ser campeón mundial de tenis, en el colegio estudiaba Introducción a la Literatura. Empecé a leer a los españoles y fue entonces cuando sentí la fascinación de la literatura. Había escrito algo antes, pero jamás pensé que sería escritor. En esa época estaba enamorado de una prima que no me llevaba el apunte. Intenté escribir una novela para que ella sintiera cómo sufría mi corazón a causa de su desamor. Pero yo también era una especie de payaso humorístico que siempre estaba bromeando.  Lo hacía porque estaba nervioso y porque no quería mostrarle mi dolor de forma patética sino de forma agradable.

En efecto, las mujeres pueblan su obra…
Pueblan mi vida también. He estado muchas veces enamorado y soy muy amigo de muchísimas mujeres. Yo prefiero almorzar o conversar con mujeres. Uno tiene una sola vida y ésta se repite. Pero también me quejo más de las mujeres que de los hombres. Los hombres no me importan mucho, las mujeres sí. Uno se queja de sus editores, de sus médicos, de sus mujeres. Es natural, ¿no?

Pero en su obra hay una constante femenina: la mujer idealizada, inalcanzable, que no sólo termina engañando al hombre sino que, a menudo, lo deja por algún ser despreciable, ya sea un pigmeo, un esquiador francés o un guapetón italiano.
Es mejor ese final que uno feliz. La felicidad es un tema literario dificilísimo. Puedo decir que tengo un estado de ánimo optimista aunque tenga una mente pesimista. Pienso que la vida es horrible. Por lo general se la conduce muy mal y además no la hemos pedido. Nos la dan. A mí me asombran aquellas personas que están en contra del aborto. Dios mío, a mí mis padres tendrían que explicarme por qué me metieron en este problema. Pero mientras uno esté sano y haya lindos días, bueno, todos los días son lindos, uno está muy contento. El final es terrible, la mortalidad es terrible. Pero si hoy me trajeran un contrato para vivir mil años o para siempre, lo firmaría inmediatamente sin mirar cómo voy a vivir.

Volvamos a la mujer que siempre se va con un hombre…
Bueno yo soy un tonto y la mujer está muy vinculada con la realidad de las cosas. Sin embargo, hay algunas mujeres que me han castigado muchísimo. La historia tiene que tener una víctima y un victimario y me parece más lógico que el hombre sea la víctima. Empecé mi vida de “amorista” desafortunadamente: primero mi prima que nunca me quiso y luego una chica de una familia, que se llamaba Siete Calzones, que vivía enfrente de casa. Un día, desde el balcón, me hizo señas con el dedo para que me acercara. Yo fui hasta un árbol en las barrancas de La Recoleta, que quedaban cerca de casa, y subido a él empezamos un amor. Me enamoré muchísimo. Sentía que el acto del amor era como un doble salto mortal, algo dificilísimo que no se podía proponer y que tenía que llegar muy despacio. Ella, creo que se aburrió. Todos mis primeros amores terminaron con un desencanto. Yo me enamoraba incondicionalmente, pensaba que estar enamoradísimo era un homenaje al que la otra persona tenía que corresponder. En realidad no correspondían ni poco ni mucho. Entonces me convertí en una especie de fascista del amor. Empecé a engañarlas, a tener dos o tres, pero con la sorpresa de que me iba muy bien. Ellas no sabían que tenía a la otra, pero trataban de retenerme como si lo supieran.

Las mujeres se le escapaban y usted empezó a escribir para que lo quisieran.
Lo cierto es que empecé a escribir historias y una primera novela que llamé “La inauguración del espanto” porque después de ella surgieron una serie de libros horribles. Mis seis primeros libros publicados fueron espantosos. Volvamos a las mujeres. Así viví durante muchos años hasta que un día una mujer que tenía fama de inteligente me dijo: “¿Tenés una linda vida, pero decime: de vez en cuando no sentís un poco de remordimiento por el vendaval de mujeres con que andás?” Me pareció justo lo que me decía y pensé que ahora podía arriesgarme. Antes no sabía si las mujeres me dejaban porque tenía un defecto – como los caballos que tienen un defecto secreto- o porque sufría una derrota intelectual. Es decir, que era tan tonto que preferían dejarme. Superada esa etapa pude ser una persona normal con las mujeres.

Usted, dice en la “Invención de Morel” que los “horrores vienen en los sueños” …
No sé por qué he dicho eso. Mis sueños son buenísimos. Cuando era chico solía tener pesadillas, desde entonces tengo sueños más bien agradables. Manejo mis sueños. Si en el sueño la puerta de la derecha me sugiere la posibilidad de la pesadilla, tomo la de la izquierda. Y si estoy iniciando una pesadilla me despierto.

¿Los sueños entonces son como una criba de la vigilia?
Sí. A mí me gusta la vida y los sueños me consuelan. Tengo la idea, no sé hasta qué punto fútil, de que durante los días tengo la vigilia y durante las noches tengo los sueños. De alguna manera, soñar es seguir despierto a la conciencia. La muerte es terrible, cuando llega cesa la función cinematográfica de la conciencia.

¿Lo fantástico es una invención que complementa o que desvela la vida?
Me interesa más que la complemente. Me gusta lo que hay de maravilloso en lo fantástico. Mil veces dije que mi atracción por lo fantástico debe haber nacido en el espejo trifásico del cuarto de vestir de mi madre. En él vi ese cuarto mil veces reflejado y tuve la primera prueba de algo visible que no era real. Generalmente ver la cosa es la prueba de su realidad. Yo hago literatura fantástica un poco involuntariamente. Me gustan, tanto o más, las historias que no son fantásticas. Pero mi mente trabaja favorablemente en ese sentido.

Hace poco se celebró el aniversario de la muerte de Collodi, autor de Pinocho…
Fui lector de la sucesión de las aventuras de Pinocho que su traductor español inventó y publicaba en los cuentos de Callejas a colores. El cesto de alimentos y de prendas de vestir que Pinocho llevaba en su viaje a la luna, me influyó en el planteo de las historias fantásticas. Me gustó esa preocupación por lo cotidiano, por lo doméstico, esos detalles me hacen sentir el thrill, la emoción de la aventura.

Cuando Pinocho miente le crece la nariz, ¿a Bioy qué le crece cuando miente-inventa?
Cuando invento no me crece absolutamente nada. He sido mentiroso por culpa de ustedes y después he dejado de ser mentiroso. Desde chico tuve una preocupación por los demás. Mi madre que era muy estoica  y leía a Marco Aurelio y a Epícteto, me decía “hay que sacrificarse por los demás”. Eso quedó en mí. También me enseñaron que debía ser cortés. Muchas veces mentía por cortesía y también por timidez, porque pensaba que dar una explicación era algo difícil. Después las mujeres me enseñaron, otras, no mi madre, que se puede decir la verdad sin riesgo.

¿Tal vez debido a la presencia de algunas máquinas en su obra a Ud. se le ha querido tildar de autor de ciencia-ficción?
Las máquinas son a pesar de mí. No me gustan. Prefiero la historia fantástica que puede resolverse con un sofisma, pero sin una máquina. Quiero decir que me gusta más la literatura fantástica que la ciencia-ficción. En realidad hice ciencia-ficción avant la lettre. En ese momento no sabía que existía. Jamás reivindicaré la originalidad de la ciencia-ficción. Creo que buscar la originalidad es la perdición de buena parte de los escritores. La originalidad es un pajarito que viene solo cuando no se le busca.


Ud. crítica a los escritores que escriben para lucirse y que se preocupan por su lugar en la historia de la literatura. ¿A Ud. qué es lo que le importa?
Bueno, voy a decirlo de un modo que parecerá muy pedante: que el texto salga bien. El texto es para un lector y en definitiva pienso en los lectores.

Si le digo: Bioy y Borges: de la naturaleza y la virtud de la leche cuajada o cómo inventar la razón de la inmortalidad, ¿qué diría?
Me gustaba eso de la leche cuajada y durante una semana, convencido por los infundios que había escrito, tomé yogurt y tuve unas indigestiones pesadísimas. Nunca más he vuelto a tomar esa porquería. Mis tíos tenían una lechería que se llamaba “La Martona”. Uno de ellos me pidió que escribiera un folleto pseudocientífico y comercial sobre las virtudes de la leche cuajada. Me pagaban 30 pesos por página, lo que era más del triple de lo que le pagaban a un periodista por una página en cualquier diario importante de la época. Le propuse a Borges que compartiéramos. Nos fuimos a mi casa de campo en Pardo y en una semana lo terminamos. Mi tío nos había dado una extensa bibliografía de Pasteur y de Metchnikoff sobre las virtudes de la leche cuajada. Esos científicos eran unos grandes embusteros. Decían que los búlgaros de ciento cincuenta años eran moneda corriente.
En este momento tengo dudas de que ese folleto haya sido el primer texto que escribiera con Borges. Entre mis papeles apareció el manuscrito, con la letra de ambos, de un cuento inconcluso que ni Borges ni yo recordamos haber escrito nunca.

Octavio Paz dijo hace poco que a los grandes escritores latinoamericanos se les ha conocido en España a través de las traducciones y una vez consagrados. ¿Qué opina al respecto?
No es culpa de ellos. Siempre hay desconfianza por lo parecido y no le digo por lo contiguo. Una vez con Octavio Paz, en París, no encontramos en las Naciones Unidas y él me dijo que había que hacer encuentros de escritores. Y le dije: “Para qué quieres que nos encontremos, para que nos odiemos”. No sólo el fútbol trae odio a los pueblos. Los pueblos vecinos o se odian o se menosprecian, no tienen otra alternativa.

Libro de Adolfo Bioy Casares
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