Martin WalserMartin Walser. Foto: www.sueddeutsche.de

Contar la historia de todos los días. Alemania después de la muerte

El Nacional, 29 de agosto, 1989, Madrid.

Martin Walser, aunque poco conocido en América Latina, es considerado uno de los grandes sobrevivientes de la literatura alemana de la posguerra junto con Günter Grass, Heinrich Boll y Thomas Bernhard. En la actualidad es quizá el más controversial de Alemania. Su última novela Dorle y Wolf, recientemente traducida al español, provocó reacciones pasionales por su postura ante esa herida abierta que es la división de Alemania.

 

 

Se ha definido como el novelista de lo cotidiano alemán: describe lo gris, el conformismo, las frustraciones de una clase media determinada por las presiones económicas y laborales. Y usted ha dicho que la novela le permite sobrepasar la alineación, para asumir un papel que la realidad le niega. ¿Cuál es ese papel?
La novela significa escribir la historia de la cotidianidad. Busco una respuesta a ciertas experiencias desagradables, negativas. No describo las experiencias y tampoco escribo autobiografías, necesito la ficción y los personajes para poder responder, y sobrepasar mis propias experiencias negativas. Pero escribir, es más que describir una experiencia o responder a ella, es deformar la experiencia destruyendo la hostilidad que la rodea.  

¿Por qué no describe el proceso?
Alguien en Múnich me ofende profundamente, regreso a casa y no puedo ni siquiera respirar normalmente, y no puedo seguir viviendo si no respondo a esta ofensa. Entonces escribo para restituirme y reafirmarme. El objeto por el cual fui ofendido en Múnich se convierte en un tema para mí. Existen muchos procesos en la sociedad, en la vida familiar o profesional, ocasiones que no te permiten ser tú mismo, que te subyugan, te eliminan o te fuerzan a ser otro. Todas estas situaciones en cierta manera son ofensas, heridas, y para poder sobrevivir tienes que responder a ellas. No se puede simplemente aceptar un golpe tras otro. Yo respondo mediante la escritura y eso es más que describir lo que sucedió.

En sus novelas lo banal del universo cotidiano cobra tanta importancia como las reflexiones metafísicas que puede tener un personaje. ¿Es esto un artilugio literario o simplemente una convicción personal?
Es tan sólo una esperanza. Tu cotidianidad es tan importante como los pensamientos de los grandes filósofos. En esto fue Marcel Proust mi primer maestro. Me enseñó cuán importante son las situaciones cotidianas; ellas tienen la misma dignidad que los grandes eventos de la historia. El broche de una dama es tan importante como la batalla de Wellington.

En varias ocasiones ha declarado que tiene una tendencia a revelarse a través de la escritura, pero que sólo puede hacerlo ocultándose. Y por eso crea un lenguaje que ocultando revela…
Cuando un niño tiene una muñeca en sus manos, le habla. Sin la muñeca el niño permanecería en silencio y no sabría mucho de sí en ese preciso momento. Gracias a la muñeca el niño se revela a sí mismo, pero al mismo tiempo el niño no se siente totalmente responsable de lo que está diciendo, porque quien habla es la muñeca y no él. Para mí la novela, gracias a sus personajes, es como una máquina que produce algo que no podría producir sin ella. Sin los personajes, me sentiría demasiado tímido, avergonzado y ni siquiera con ánimos de hablar. No podría descubrirme. Con un personaje puedes al mismo tiempo ocultarte y revelarte. Ocultando tu personalidad en el personaje, puedes revelar aún más.

¿Podríamos decir que sus personajes son versiones de su interioridad?
Todos los personajes en una novela son cualidades o colores. El principal es siempre la muñeca mediante la cual me manifiesto todavía más, pero también necesito otros personajes que me permitan contradecirme y expresar el odio o el amor que me profeso. En 1976 viví una experiencia terrible: hasta ese momento no sabía cuán dependiente era y el poder que tiene la gente sobre mí en diversos aspectos. Incluso sentí que tenía que compartir la opinión o juicio que los otros tenían de mí. Tuve que escribir contra eso, necesitaba personajes para defender mi punto de vista, mi personalidad, ante la opinión de los otros.

Para usted leer y escribir son experiencias inseparables. ¿Qué significan?
Cuando pienso en mi niñez, comprendo por qué leía tanto. Entonces no lo sabía. Corría de una biblioteca a otra buscando libros. Pienso que había una carencia en mi medio, en mi familia, en mis amistades, en el colegio. Tenía muchas carencias. No podía hablar con mi madre, ni con mi padre, ni con mis profesores, los libros eran mis compañeros. Cuando tenía doce o trece años comencé a leer escritores serios como Schiller, Holderlin, Dostoievski y me sentí comprendido, no estaba solo. No sentirme solo fue muy importante. Cuando estaba con mi familia o en el colegio estaba convencido de que no era normal. Todas las personas viven esta experiencia. Sentirse solo, no tener con quien hablar y nadie que te permita ser como eres. Este tipo de compañerismo lo encuentras en la lectura. Al leer un libro escribes. Un libro es blanco y negro, plano, no huele, es abstracto, sólo son veinticuatro letras en diferentes posiciones. Pero gracias a tu experiencia, tus deseos y tus carencias lo conviertes en un cosmos viviente. Al leer involuntariamente comienzas a escribir. Leer y escribir están más cercanos de lo que señalan las palabras. La diferencia es casi nula. Si escribes puedes seguir siendo tan pobre como antes, pero mientras escribes eres invulnerable. Te conviertes en sujeto de un proceso del cual habías sido objeto. Si escribes eres el sujeto mientras que en la realidad eres el objeto.

¿Es decir que al leer uno toma conciencia de una herida y al escribir ésta se cierra?
Sí. Quizá uno también disfruta de esa herida. No sólo es soportable sino casi placentera.

Usted ha escrito que durante el proceso de creación un idea, como un pez, sólo aparece al desaparecer y la forma de atraparla es quedándose quieto y esperar.
Es la forma mediante la cual expreso cuán pasivo soy cuando escribo. Tengo que aceptar lo que llego a conocer a través de la escritura. Mi estado mental se ve condicionado por todo lo que mencioné anteriormente. No se puede preparar lo que se escribe diseñando o construyendo, toda preparación deja de ser importante el día que comienzas a escribir. Es el estado de ese día el que cuenta. Puede sonar ilógico, irracional, pero uno siente que las frases vienen, como un pez que se acerca con su lomo oscuro y de pronto se voltea y vemos el brillo plateado de su vientre. Esa es la frase y hay que escribirla rápidamente antes de que vuelva a desaparecer. No se las puede detener como a una máquina, se mueve, están en un proceso y hay que seguirlas. Si lo hago al llegar la noche estoy muy cansado. Debo confesar que nunca podría escribir algo dos veces, debo tomarlo como llega, quizá puedo corregir la gramática, la ortografía. No podría recuperar este proceso una segunda vez. Ese momento, en que veo las frases venir e intento atraparlas, es una situación muy viva y me siento bien en ella pero no puedo repetirla. Cada frase tiene su momento decisivo e irrepetible.

¿Cuáles son sus nostalgias vitales?
No las llamo nostalgias… Sería mi infancia sobre la cual nunca he escrito. Muchos escritores la han utilizado al comienzo. Siempre estoy posponiendo… pero esto tiene que ver con la historia alemana, no es un hándicap personal. Intento explicármelo diciéndome que cualquier proyecto que intente tocar el tema de mi infancia no podría encontrar un lenguaje que exprese una infancia feliz en una época nazi. Esto crea muchos problemas. No podría convertirme en un niño antifascista. Habar de mi infancia, desde 1930 al 39, como una infancia feliz me plantea problemas de lenguaje. Hablé de esto de forma abstracta en Alemania, pero las reacciones fueron demasiado pasionales.

¿Los intelectuales, que hoy día se han convertido en voces mudas, acríticas, “que han sido domesticadas por un cargo público”, volverán a recuperar su misión de denuncia y crítica constructiva?
Uno puede esperar que aunque existan intelectuales en esta situación, detrás vendrán los jóvenes que continuarán la lucha. Mi experiencia en este campo es limitada, sin embargo creo que un hombre que escribe novelas no puede ejercer ningún tipo de cargo. He observado durante treinta o cuarenta años, a hombres que dejaron de escribir en cuanto aceptaron el cargo. No se puede escribir y a la vez tener una responsabilidad política. Debe ser muy difícil para un novelista o un filósofo… para un filósofo imposible. Un cargo implica una participación en el poder y creo que el poder es para un escritor lo que el alcohol es para un funámbulo. Un escritor que participa en el poder se extingue.

En su último libro Dorle y Wolf, aborda el tema de la división de Alemania durante el análisis de un espía de la RDA en la RFA, quien poco a poco deja de tener motivaciones para ejercer su trabajo. ¿Esta novela es la expresión de esa herida o nostalgia ante la Alemania dividida?
No utilizaría la palabra nostalgia para hablar de esta crueldad política. Diría más bien la cuestión, el problema o la miseria alemana. La nostalgia para mí es algo hermoso, la división alemana es algo duro, cruel, insoportable, sin sentido… peligroso. Y dice mucho sobre el mundo en estos últimos cuarenta años, y los doce años anteriores y todo el siglo. Golo Mann definió la Primera Guerra Mundial como “la madre de todas las catástrofes de este siglo”. Todo proviene de esta guerra y sus consecuencias. Con este libro me convertí en un outsider.

Martin Walser
Martin Walser. Foto: Karin Rocholl, en: www.sueddeutsche.de

 

 

 

 

 


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