Mika Etchebehere Mika Etchebehere. © Hacerselacritica.com

Mika Etchebehere: La guerra de España, contada por una mujer

Criticarte, Septiembre, 1986, Caracas.

Mika  Etchebehere fue capitán de una columna del POUM en una España machista. Su condición de mujer no le impidió dirigir la resistencia durante el sitio de Sigüenza. Acaba de publicar un libro en París, Mi guerra en España, y continúa recordando al país de la guerra civil como “un país ardiente”, aunque reconoce que el español actual de la calle no puede sentir ya ese fervor republicano. El mundo actual es obsceno, afirma.

 

El 18 de julio de 1936 una parte del ejército de España ocupa la ciudad española de Melilla en Marruecos, en nombre del General Francisco Franco. Este se rebelaba contra el gobierno de izquierda de la República democráticamente electa. Había comenzado la Guerra Civil Española que dividió al país en dos sangrientas facciones. Un millón de muertos y cuarenta años de dictadura fueron el saldo de la guerra.
La República Española se había convertido en el símbolo de la revolución. Miles de hombres y mujeres, de diferentes partes del mundo, acudían voluntariamente en apoyo. Hoy día aún vibran las imágenes de Guernica, inmortalizada en el mural de Picasso, los cantos de los jóvenes de las Brigadas Internacionales y el asesinato por parte de los fascistas del poeta Federico García Lorca.
Entre los voluntarios estaba Mika Etchebehere, argentina, casada con el vasco Hipólito Etchebehere. Ambos jóvenes trotskistas vienen a Europa para estar en el centro de los eventos revolucionarios. Llegan a la España Republicana, amenazada por las fuerzas de derecha, para luchar. Un mes después de su llegada, Hipólito comandante de la columna del P.O.U.M (Partido Obrero de Unificación Marxista) cae en combate. Mika decide quedarse y termina dirigiendo a los milicianos del P.O.U.M. de 1936 a 1938.
Mika vive desde 1939 en Francia pero, siendo una internacionalista, nunca se ha sentido exiliada, para ella no deberían existir las fronteras. Considera que el mundo actual es un mundo obsceno en el cual ya no se puede vivir normalmente porque incluso las grandes mayorías se han integrado al sistema y le han hecho muchas concesiones al consumo.
Hoy día, a los 84 años y a 50 años de la Guerra civil, Mika continúa viviendo el ardor revolucionario de esta guerra. Habla de ella en presente como si estuviese repitiendo con cada palabra cada instante vivido. Sin embargo, ella conserva una distancia lúcida que le permite analizar y juzgar esa experiencia. En su libro Mi Guerra de España (Edic. Denoel, París, 1976) cuenta, después de 40 años, este doloroso hecho de nuestra historia contemporánea.

La Guerra Civil: Un millón de muertos

La Guerra Civil reveló al mundo la existencia de dos Españas: “Una España que muere y otra que bosteza” como escribió Antonio Machado. A 50 años de la guerra ¿tú crees que esta división sigue vigente en España?
Políticamente se puede hablar de dos España, una de derecha y otra de izquierda. En toda la historia de España, no solamente a partir del triunfo del Frente Popular sino a partir del movimiento obrero activo, hubo dos Españas: una clerical, reaccionaria, cavernícola, la España negra, menos negra que en el siglo pasado, pero de todas formas una España reaccionaria, y una España donde tienes a los Machado, Alberti, Unamuno, Pío Baroja, a toda esa vanguardia que son de la otra España.
Existe la España de los señoritos que se disfrazan de pobres cuando estalla la Guerra Civil y el pueblo empieza a mandar. Durante la guerra no hubo señoritismo en España. Al contrario, todo el mundo se tuteaba. Queda una minoría de nostálgicos de la otra España. El levantamiento de los militares el 18 de febrero de 1981 lo demuestra. No creo que actualmente exista una división tajante de las dos Españas.

Parecería que en la España actual más bien hay un deseo de olvidar la guerra, incluso el cincuentenario pasa con poco alboroto de ambos lados.
Son casi tres generaciones las que se han sucedido. Son 50 años. Estos muchachos de 20, 25 e incluso 30 años no pueden tener el fervor de la Guerra Civil, a no ser que sean militantes que se hayan impregnado con la historia y hayan sentido la grandeza de esa guerra. El español de la calle no lo siente.
La Guerra Civil ha sido una catástrofe. Ha habido un millón de muertos, es tremendo. Y después de eso viene el franquismo y todavía se sigue matando gente. Las cárceles siguen repletas y la gente tiene que seguir escondiéndose.

A medio siglo de la Guerra Civil, ¿cuál es el balance que tú puedes hacer?
El balance de la guerra es negativo, no hay nada positivo. Inmediatamente después de la guerra, los rojos, los republicanos tienen que transar con Franco para poder sacar a sus tropas. Todo eso es un desastre muy grande. Hay un libro, La muerte de la esperanza, que cuenta lo que fue el éxodo de los ejércitos del centro, porque los de Cataluña y Aragón tenían una frontera y pudieron salir. Aquí en Francia les fue horrible. Pero al menos pudieron salir. En cambio el ejército del centro estaba entrampado. La junta que se formó contra la voluntad de los comunistas, decía que había que luchar hasta el fin. Pero los jefes, de capitán para arriba, antes del fin de la guerra habían conseguido pasaportes. Se escapaban y dejaban a sus soldados. Pero había que seguir luchando. Madrid no se podía entregar. Fue un gesto sensato. Hubo un pacto verbal: se les daba algunos días para que se fueran a los puertos y donde tenían que recogerlos barcos ingleses y franceses. El gobierno republicano, ya instalado en Francia, regateaba con los capitanes de barcos mercenarios para que fueran a buscar a esa gente. Solamente uno o dos barcos salieron llevándose evidentemente a los jefes, los otros se quedaron. Algunos se suicidaron o fueron a parar a las cárceles.
Los llamados Topos se escondieron y pasaron 30 años ocultos, hasta la muerte de Franco. Las matanzas que siguieron fueron terribles. En Zaragoza los franquistas encerraron a todo el mundo en la plaza de toros y los ametrallaron. Por el lado de los republicanos había los famosos paseos. Iban a buscar a la gente, los sacaban afuera y los mataban en las puertas de Madrid. Eso duró dos meses, hasta que se estableció un poco de orden y justicia revolucionaria.

La España de la Guerra Civil era un país ardiente

¿Cuál fue tu impresión cuando pudiste regresar a España?
Vi un país que no tenía nada que ver con el que conocí. Es lógico. El país de la Guerra Civil es un país ardiente, en lucha, con una vida enorme.

¿Cómo llega una argentina a la Guerra Civil?
Yo soy una argentina que de argentina tiene el haber nacido en Argentina, pero ideológicamente soy una revolucionaria casi profesional para quien lo primero que cuenta en mi vida es la revolución. Mi marido y yo estábamos en Argentina y nos quisimos venir a Europa para estar cerca de los orígenes revolucionarios. Nos habíamos ido a Alemania en octubre del ‘32. Sabíamos que allí tenía que haber combate porque el nazismo estaba avanzando. Y el Partido Comunista alemán no podía entregarse sin luchar, eso era inadmisible ya que era el partido comunista más importante del mundo. En Alemania vivimos la agonía de la subida de Hitler hasta fines de mayo del ‘33. Todos, menos los comunistas, sabíamos lo que se venía encima. La Internacional Comunista nunca interpretó lo que era el nazismo. Lo mostraba como una forma más de capitalismo, más extremada y reaccionaria, pero no lo que fue realmente.
Estábamos en París, en el ’34, cuando estalla en España la huelga de Asturias. Nosotros resolvimos irnos a España porque había un comienzo de revolución y sabíamos que las cosas iban a agudizarse. Mi marido se fue primero para buscar alojamiento y trabajo. Yo llegué a Madrid el 12 de julio de 1936. El 18 estalló la guerra. Nosotros inmediatamente quisimos tomar las armas e irnos a luchar.

¿Qué significa para una mujer ser capitán de una columna en la España machista?
Esas son las contingencias. Mi marido y yo salimos con una columna de Madrid para ir a Guadalajara que ya estaba en manos de los rojos. Mi marido estaba al mando de la columna del POUM, éramos unos 50. En Guadalajara la columna tomó prestigio. Participamos en varios combates. El 16 de agosto de 1936 mi marido cayó en un ataque disparatad; intentamos trepar hacia un pueblo bajo fuego enemigo, fue una locura. Lo mataron, pero yo me quedé en la guerra. Poco a poco quedamos sitiados en Sigüenza. Teníamos un compañero que lideraba la columna, pero él estaba fuera; la columna estaba dividida en dos partes. Yo estaba dentro de la casa fortín con dos combatientes. Teníamos al enemigo en frente. Teníamos las ventanas atrincheradas y luchábamos. Sin darme cuenta tomé el mando. En un momento dado el jefe de sección dijo que había que atrincherarse en la Catedral. Una noche llegó un tren blindado que habíamos pedido. En él se escaparon unos pobres milicianos que habían llegado ese día y se morían de miedo. Todos estábamos en la estación del pueblo. Un coronel socialista nos decía que había que resistir dentro de Sigüenza. La situación era terrible, no había aviones, no había nada. Yo les digo a los míos: “nosotros nos quedamos aquí y nos vamos a quedar juntos. Los que estén de acuerdo que den un paso, y todos aceptaron. A partir de ese momento yo comencé a mandar”.

¿Terminas encarnando un mito para los milicianos del POUM?
Cuando mi marido vivía yo nunca tomé un arma. Él tenía la responsabilidad guerrera y yo enseñaba a los milicianos cómo debían comer, vivir, lavarse, etc… yo era un capitán que me quedaba con ellos. No me iba de noche a Madrid. Me ocupaba de mi gente.
Por ser mujer yo tenía la obligación de ser pura. En España eso tiene mucho que ver. Yo no sé si ha habido otra mujer que ha mandado fuerzas y que ha tenido esa cosa de pureza. Yo sé que para ellos era importante.

Yo vivía la vida de soldado

¿Nunca te relacionaron con La Pasionaria?
No, nada que ver. La Pasionaria nunca peleó en el frente, nunca mandó tropas. La Pasionaria era una gran agitadora con una voz hermosa y un gran prestigio, pero ella no estaba en una trinchera, no tenía piojos ni vivía la vida del soldado. Lo que me distingue a mí es que yo vivía exactamente como vivía un militar que se ocupaba de su gente.

En tu libro es interesante notar el ataque al Cerro del Águila, la locura de ese ataque y luego tu conversación con el jefe de sección que te reprocha el hecho de ser mujer.
Habían matado a Clavelín, un chico de quince años, a quien yo quería muchísimo y que para mí fue un héroe y protagonista de mi libro. Yo lo veo pasar en la camilla, muriéndose y me dice: “no te preocupes que yo saldré de ésta”. Cipriano Mera me ve llorando. Yo le tenía mucha confianza y le digo: “Esto es una estupidez, como es posible lanzar un ataque a plena luz del día y a pecho descubierto. Además, una compañía de ustedes tenía que haber salido antes y no salió”. El me respondió: “Deja de llorar. Tú tan valiente y llorando. Pero, claro, si después de todo eres una mujer”. Y yo le contesté: “¡Es cierto, después de todo soy una mujer y tú con todo tu anarquismo eres después de todo un hombre, podrido de prejuicios como cualquier macho!”

Mike y Alfonsina Storni, amigas inseparables

¿Qué relación existía entre los movimientos revolucionarios de los cuales tú formabas parte en Argentina y los intelectuales de la época?
Nosotros nos fuimos de Argentina en el año ‘31. Éramos un pequeño grupo de veinte estudiantes organizados en grupos revolucionarios. Llegamos a sacar una revista que se llamaba como el grupo: Insurrexis.  La tendencia del grupo era anarquista. En el año ‘21 recibimos a Víctor Raúl Haya de la Torre que entonces era un revolucionario, el patrón del anti-imperialismo.
Teníamos contacto con la izquierda intelectual pero no les dábamos mucha importancia.
Los intelectuales nos interesaban personalmente. Seguimos con atención el movimiento ultraísta. Fue una época de gran efervescencia. La burguesía intelectual no tenía una actuación de combate, ni de un lado ni de otro. En cambio sí había un enfrentamiento intelectual: Boedo contra Florida. Boedo era Arlt y Florida eran Borges y compañía. La disputa era meramente literaria.

Mika, ¿tú fuiste muy amiga de Alfonsina Storni?
Sí, ella era una gran poeta, pero poco conocida como ser humano. Llevó una vida muy recogida. Era querida y respetada por todos los intelectuales y escritores argentinos. Había llevado una vida muy modesta. Era maestra de escuela. El primer reportaje de mi vida se lo hice a ella. Tenía 19 años. Alfonsina acababa de ganar dos premios. Yo la entrevisté y a partir de ese momento fuimos inseparables.
Ella tenía el carácter de una suiza italiana. Era rígida para algunas cosas. Una vez me prestó 50 pesos y yo no tenía un cobre y me tardaba en pagarle. Un día me dijo: “me lo vas a pagar, poco a poco, pero lo vas a pagar”, porque en la amistad no tenía que existir una historia de préstamo no pagado. Y por  otra parte era de una generosidad enorme.
Ella estaba completamente poseída por su arte y tenía una vida sentimental con problemas. Tuvo un hijo sola. Ella decía “que no me salga poeta, prefiero que sea un jugador profesional de fútbol” pero le salió maestro como ella. Alfonsina nunca se separó de su hijo. Ella salió de la maternidad con ese hijo en brazos, no tenía adónde ir y tampoco tenía trabajo. La recogieron unas señoras amigas. En el ‘31 vino a París y quedó enloquecida. Quería vivir aquí y estuvo mendigando un puesto de cualquier cosa para poder quedarse en Europa. Ese puesto se lo daban a cualquier desgraciado, pero a ella no y ya era la gran poeta. Estaba entre las tres grandes poetas de América Latina junto con Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou.
Ella muere en 1939. Se tomó una cantidad de barbitúricos y entró al mar. Ella decía que había una laguna en nuestra educación pues “nos enseñan a vivir más o menos y a morir nada, y yo encuentro que es importante morir con decencia”. Alfonsina murió con decencia. Le habían sacado un pecho canceroso y un año y medio después tuvo metástasis. Su suicidio no fue intelectual. Se suicida porque tiene una metástasis y prefirió morirse bien.
Yo no sé si es cierto pero una amiga común, Salvadora Medina, me contó que  le mandaron el cadáver de Alfonsina a pagar contra reembolso. Ahora se han acordado de Alfonsina Storni y le han hecho un monumento, pero hasta hace poco ella estuvo enterrada en la bóveda de Salvadora. Ahora se enteraron en Argentina de que Alfonsina Storni era una gran figura. En vida nunca le hicieron homenajes.

Mika Etchebehere
Cartel de la película, Mika, mi guerra de España, Dirección de Fito Pochat y Javier Olivera, Argentina, 2013.
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