Yilmaz Guney
Yilmaz Güney, Festival de Cine, Cannes, 1982. © Carol Prunhuber.

Elegía a Yilmaz Guney

El Nacional, 16 de diciembre,1984, París.

“En el crepúsculo de mi última mañana,
tan sólo veré a mis amigos y a ti.
Y a la tierra tan sólo entregaré
la pena de un canto inacabado”
Nazim Hikmet

 

Su film “YOL” y “El Rebaño” ya me anunciaban un hombre excepcional. Y el descubrimiento de su pasión por América Latina, me permitió aproximarme a Yilmaz, ser solar y nocturno a la vez. Desde la tarde en que en un café de París, él y su esposa, Fatos,  confían en mí porque lo ven en mis ojos, comienzan la revelación de este hombre que la muerte nos ha arrancado.

Su vida en Europa fue un exilio bajo un sólo objetivo: el cine como arte, medio de cambio y denuncia. Yilmaz vivía para su pueblo, pero también para los otros. Siempre accesible y solidario, de risa infantil y mirada desolada, acompañó a los pueblos de nuestro continente. Su sed de conocer otras costumbres e historias le permitieron soñar con posibles rodajes en las montañas andinas o en la selva de América Central. Todo era posible para él. Siempre dejaba una puerta abierta a la ilusión.

Crear era su obsesión. En el fondo sabía que no le quedaba mucho tiempo. Su aliento de antigua raza lo intuía. Por eso esa pasión en cada acto de su vida, en cada gesto, en cada mirada, en cada silencio.

El rodaje de “El Muro”, su último film, fue prueba de su carisma y de su fuerza. En el norte de Francia, entre los húmedos muros de un convento, logró reunir diferentes nacionalidades y tendencias políticas, para la realización de una experiencia cinematográfica, demasiado controversial para las costumbres europeas. Durante el rodaje se produjeron intensos encuentros entre los franceses, acostumbrados a un orden excesivo, encajonador, y la capacidad desmedida del equipo turco y kurdo. Estos últimos, arrastrados por la fuerza que Yilmaz sembraba, día a día, en su obra, lograban sobrepasar las dificultades nimias de la cotidianidad. En el rodaje participaban un grupo de latinoamericanos: el ideal nuestro, en esas semanas, fue la imagen que Yilmaz inscribía en la cámara y en el celuloide. “El Muro” no fue un simple rodaje, fue el encuentro con un líder y un amigo cuya voluntad y decisión férrea lograba de los otros su máxima entrega. El nos hizo vivir la violencia de las prisiones turcas. Todo era adverso. Pero su sonrisa y mirada amable eran la recompensa a la tensión emotiva.

Su vida cotidiana siempre fue coherente con su pensamiento. En él, palabra y acción iban juntas. Cada aparición frente a un público turco y kurdo era una experiencia de fuerza colectiva. Yilmaz levantaba a la gente con esa forma definitiva y carismática de hablar. El actor en él encontraba la entonación correcta a sus intervenciones.
El actor y el hombre en Yilmaz Güney eran uno solo. Así se desplazaba por las ciudades. Un desconocido precavido actuando el rol más peligroso de su vida. El atentado estaba en  cualquier esquina. El riesgo y el coraje fueron su vida. Injusta fue esa larga enfermedad que lo engañó durante tantos meses. Las últimas veces que lo vi, esperaba deseoso su recuperación para comenzar a trabajar. Miles de historias y posibilidades se tejían en su imaginación. Eran sensaciones que iba  armando como un poema. Cada gesto del otro era una excusa para la creación.

Pero esta vida te ha sido arrancada. No hubo palabra que posar en tu mirada siempre triste, en tu rostro amado por ese pueblo de antiguo caminar. La muerte fue consumiendo tu cuerpo fuerte e iluminado. Evitamos lo evidente; la sombra te estaba dominando pero tú seguías soñando en el paisaje donde nacer la imagen una vez más. No hubo tiempo para el adiós.

No pudo la cárcel con tu vida. El exilio aflojó tus amarras y la noche se instaló en los indicios de tu gloria. Héroe cercano cuando el verano parecía un gran sueño robado a tu imagen. Tu cuerpo, capaz de cobijar todos los pueblos, ocupaba cada rostro con esa ternura que lanzabas cada vez que te acercabas. Pero vino la espera, el lento apagarse de tu intenso deseo de vida. Contabas el tiempo. Un pedazo se había quedado entre las rejas. Contabas el riesgo y la transgresión de todo un orden, mientras el cansancio ganaba terreno en tu paisaje. Y ahora no puedo sino posar el adiós que no creí definitivo, amigo, desde el secreto. No tuviste la gracia de los dioses porque eres sagrado creador de la realidad y el sueño.

No hay gloria para la muerte que te arrastró. Ella no te quiso golpe seco sino lenta agonía, donde cada hora confirmaba la lejanía del acto creador. No hay conciliación con esa muerte que ha mordido tu aliento. ¿Dónde amigo podremos escuchar tu risa, dónde esa forma de ladear el rostro? ¿Dónde sembrar los recuerdos del verano, del invierno, de cada estación? ¿Dónde se ha deslizado tu silencio, ese que siempre nos hablaba? No tuvimos lengua común ni el presagio de la tragedia. Más hoy, toda tu esperanza renace en nosotros que desafiamos el olvido. Hoy abolimos la muerte y te saludamos.

Hoy te enterramos Yilmaz Güney lejos de tu tierra, lejos del paisaje donde quisiste reposar. Millares de rostros, ásperamente hermosos habitaron las calles de París para rendirte homenaje. Pero tú no estás muerto. Sigues siendo la voz que denuncia la tiranía de tu país y de todos los pueblos oprimidos. Continúas abrazándonos con el calor de tu imagen, poblada por esa ternura que jamás podrá desalojar las regiones de la memoria. Yilmaz, eres nuestro recuerdo cotidiano. Eres la firme presencia que se sabe partícipe del hombre y de la historia. Eres el maestro que continúa marchando hacia un nuevo amanecer con la esperanza atada a la sangre que reclama su corriente. Eres el amigo siempre fiel a la palabra posada sobre los otros y al canto que ha quedado inacabado. Esta, querido amigo, es la única pena que hoy me arrasa.

Tu voz sigue siendo la hoguera aun cuando un fragmento de la partitura de tu vida ha quedado colgando de nuestros labios, incapaces de aceptar ese interludio. Yilmaz, sabes en este instante que habremos de seguir tu obra. Tu vivo deseo de enfrentarte al tiempo, a través de la creación, hoy sigue en pie. No habrá mañana que se reconozca en tus imágenes, en tu palabra fuerte y serena que se iluminaba cada vez que te acercabas a tus seres queridos. Todos y tantos que quisiste Yilmaz, héroe de todos nosotros, no sólo por tu obra y lucha sino, sobre todo, por el amor que desplegabas en cada abrazo, en cada saludo, en cada mirada silente que nos confirmaba la certeza de tu presencia para siempre. Hoy coloco el adiós que la muerte me negó y de nuevo te sonrío.

Yilmaz Guney

 

Yilmaz Güney. © Carol Prunhuber


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